jueves, 2 de abril de 2015

La señora Patata




Manu se bajó de la bici a toda prisa, cogió la tortuga como si cogiera una hamburguesa y la alzó a la altura de los ojos para mirar adentro.  
Le veo los ojitos; los tiene abiertos. Y la boca. Es una boca enorme le dijo a Natalia. Parece que se esté riendo.
La niña, que también había dejado tirada la bicicleta, se acercó a Manu con las manos extendidas.
Déjame verla.
Espera, espera. Y la nariz. También le veo la nariz. Son dos agujeros chiquitines. ¿Cómo puede respirar por esa nariz tan enana? Yo me ahogaría. O tendría que respirar por la boca, como cuando tengo mocos.
Venga, déjame ahora a mí.
Voy, voy dijo Manu, a la vez que le daba la espalda a la niña. Y continuó:
─¿Será tortuga o tortugo? Le dio la vuelta.
─¿Y eso cómo se sabe?
Pues porque si es chico, tendrá pilila y si es chica no.
Pero si tiene pilila, la tendrá escondida. La sacará para mear y cuando acabe se la esconderá otra vez... Va, Manu, déjame que la vea.
Ya, ya...
Pero Manu giraba y giraba sobre sí mismo para impedir que su amiga se acercara a aquella tortuga que había tenido la mala fortuna de cruzar el camino que bordea la acequia justo en el momento en el que los dos críos pasaban por allí.
─¡Que me la dejes ya! La voz de la niña sonó estridente.
Pero Manu había decidido seguir sordo:
Sal, tortuguita, sal le decía al animal que, por cierto, no mostraba ningún interés por abandonar su cueva.
Natalia, harta ya de su amigo, le pasó el brazo por el cuello y tiró de él hacia atrás haciéndole retroceder a trompicones.
─¡Yo la he visto primero! se justificó a voces.
Pero yo la he cogido, y el que la coge, se la queda se quejó Manu mientras lanzaba codazos sin dejar de sujetar a la tortuga con ambas manos.
Los dos críos acabaron cayendo de espaldas al suelo, aunque Manu estuvo listo para darse la vuelta, ocultando así la tortuga bajo su cuerpo. Natalia, que lo intentó de todas las maneras, no pudo mover ni medio centímetro a un Manu convertido en pedrusco de mil kilos, por lo que, una vez le abandonaron las fuerzas, se dio media vuelta, abrió los brazos en cruz y con el pecho subiendo y bajando como un fuelle se quedó mirando al cielo.
Pero Manu, ¿y tú para que quieres una tortuga si ya tienes a Toby?
Toby no es mío. Es de mi hermana.
Pero tú juegas con él.
Si, juego con él, pero no es mío.
─¿Y si se come a la tortuga?
─¿Quién?, ¿Toby?
Sí.
No. Los perros no comen tortugas, comen sobras.
Pero qué más da lo que comieran los perros, lo que estaba claro es que Manu no tenía ninguna intención de darle la tortuga. De todas formas, Natalia volvió a la carga:
Es que yo nunca he tenido una mascota.
Tuviste un canario le recordó Manu mientras también se daba la vuelta.
Sí, pero se murió. Además, un canario no es una mascota: es un pájaro. Yo digo una mascota de verdad.
─¿Y una tortuga es una mascota de verdad?
Hombre Natalia se llevó la mano al codo y empezó a arrancarse una
costra que tenía medio desgajada.
─¿Tú crees que vas a poder jugar con la tortuga? insistió el niño.
Pues
Pues no. Estos bichos son como patatas. Mira Se la mostró con cierta precaución. ¿Has visto? Se esconden y no salen hasta que te aburres y las dejas en paz.
Ya
Qué mierda, ¿no? añadió Manu y dejó la tortuga sobre su pecho.
Los niños quedaron en silencio. Manu, encogió las piernas y se puso las manos bajo la nuca y Natalia acabó de arrancarse la costra. «Sí. A lo mejor es una mierda», pensó la niña «O no…» y tuvo una idea:
─¿Y si nos la quedamos una semana cada uno? le propuso a Manu. Esta semana te la quedas tú y la semana que viene me la quedo yo.
─¿Una semana me quedo yo con la patata y la otra semana te la quedas tú?
Sí, ¿no?
─¿Como hacen tus padres contigo?... ¿Una semana con tu madre y a la siguiente con tu padre?
Sí.
Pues
─¿Pues qué?
Pues que no.
─¿Pues que no? se extrañó la niña.
Claro que no afirmó Manu y dejó la tortuga en el suelo. Después, se puso en cuclillas delante de ella.
Natalia imitó a su amigo. Y allí estaban los dos: agachados y mirando a la tortuga-patata.
─¿Hay alguien ahí adentro? Manu dio unos golpecitos con el índice en lo alto del caparazón, pero el animal, ajeno a los deseos de sus dos pequeños raptores, se mantuvo inmutable.
Nada. Que no quiere dijo Natalia.
No. ¿Sabes?, creo que se la voy a dar a Toby.
─¿Para que se la coma?
Sí.
─¿Pero no dices que los perros comen sobras?
Sí, pero Bueno, no... No se la doy, que se romperá los dientes. ¿Te imaginas a Toby sin dientes? Manu se reía de su propia ocurrencia.
Natalia, contagiada por la risa del niño, contestó como pudo:
Tendrían que ponerle una dentadura postiza, como la de mi abuelo Y las carcajadas de los críos fueron de órdago.
Por fin, cuando se calmaron un poco las risas, Manu sentenció:
Mira, Nata, ¿sabes qué te digo? Que la tortuga es el animal más aburrido del mundo.
Sí que es aburrido, sí le dio la razón Natalia.
Yo creo que la tendríamos que dejar aquí. Total
─¿Entonces, no nos la llevamos?
No. Ahí se queda, ¿vale?
Vale contestó ella, asintiendo con la cabeza. 
Pero Natalia esperó a que Manu se pusiera de pie y le diera la espalda para, de un zarpazo, meterse la tortuga en la capucha de la sudadera, coger una piedra y tirarla a la acequia.
Adiós, señora Patata dijo la niña mirando al agua, que se movía dibujando pequeños círculos.
Manu, que ya se agachaba para levantar la bici, giró la cabeza y, dirigiendo la vista hacia la acequia, también se despidió:
¡Adiós, doña Aburrida!

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